Cuando decides amar (2010)
Prólogo
Originalmente pensé llamarle a este documento “cuando el amor duele”, pero no quería ponerle un tono tan dramático y menos parecer una resentida social. Siendo que el amor es un tema muy profundo y amplio, sólo le daré un par de vueltas enfocada en algunas de las cosas que se viven a diario, no solo las que me han tocado en carne propia, sino a través de anécdotas ajenas.
El amor es amar dice la canción
Aunque soy católica de nacimiento, me confieso con muy poco de romana, apostólica y casi nada de Sor Teresa de Calcuta y como muchos, tengo mis deslices soñadores, pero procuro que no se me haga el constante llamado al globo terráqueo, porque a más lejanía, más nos cuesta aterrizar, así que utilizo todos mis mecanismos sensoriales (incluso los extra) para mantenerme firme en tierra. Traigo esto a colación porque desde siempre, y sin ser tampoco muy estudiosa de la biblia, me ha gustado Primera de Corintios 13: El amor es paciente, servicial y sin envidia. No quiere aparentar ni se hace el importante. No actúa con bajeza, ni busca su propio interés. El amor no se deja llevar por la ira, sino que olvida las ofensas y perdona. Nunca se alegra de algo injusto y siempre le agrada la verdad. El amor disculpa todo; todo lo cree, todo lo espera y todo lo soporta.
Válgame Dios, si los que hemos pasado por un altar, reconociéramos el valor absoluto de estas palabras, nos tocaría hacer novenas, rosarios y mandas de por vida, sólo para aceptar que quizás en algunas ocasiones, el amor que conocemos es bastante egoísta, envidioso y muy fácil de sugestionar para caer en la tentación.
Pero cuando nos decidimos a amar, entiéndase el amor a los padres, a los hijos, a la familia, a los amigos, al trabajo, a las mascotas, a la vida… no hay poder sobre esta faz que nos haga desistir en el intento, es una donación constante de entrega total. Trato de hablar en una perspectiva real, que probablemente no sea la mía en estos momentos y no pretendo ser idealista, quiero utilizar la realidad y la practicidad. El amor primario empieza con una alianza con la fuerza suprema, muchos le llamamos Dios y según la religión o la concepción, cada quién le pone el nombre que quiera, muy convencido de que hay algo superior a nosotros que nos permite existir y ahí vamos, descubriendo en el aprendizaje continuo la razón o el propósito de estar, sin olvidar que somos a imagen y semejanza así que llevamos esa fuerza por dentro. Ese sentimiento primario viene ligado como cordón umbilical al amor propio, amar la totalidad de nuestro ser.
Me gusta pensar que el amor fuera de la biblia, es un sentimiento noble que trasciende tiempo, distancia y barreras, que se da en cuerpo, mente, espíritu y alma. Lo he visto y por fortuna lo he vivido. Y sin temor a la equivocación, el amor también nos hace llorar, de dolor o de alegría, de rabia o de satisfacción, y produce sentimientos alternos e intensos que se transforman con el tiempo, si no pregúntenle a la madre que acaba de perder un hijo; a la esposa(o) que acaba de perder a la pareja, al cristiano que perdió el trabajo que tanto le apasionaba y por el que entregó los mejores años de su vida o a quien perdió a su amigo fiel de cuatro patas… Hay mucho de amor en esas circunstancias y también bastante de lágrimas… Y si lo ponemos al revés, en el padre que acompaña al hijo al acto de graduación, meta ésta que supuso esfuerzo y sacrificio de ambos; el abrazo de un ser querido luego de tiempo de no verse; perdonar o pedir perdón. Sobra amor y lágrimas también.
Ejemplos habrían muchos: la impotencia del amigo por no poder ayudar económica o emocionalmente al otro; el sufrimiento por el amor que murió; la dolencia de los padres cuando a pesar de los esfuerzos un hijo no logra ser buena persona y que a veces visitarlo en prisión es mejor que visitarlo en el cementerio; cuando nuestra propia crisis interior nos lleva a tomar decisiones equivocadas que dañan a otros y a nosotros mismos…
“Amar es una decisión”. Por encima de los problemas, porque estos nunca nos abandonan ya que son parte del crecimiento y para valorar lo que hoy tenemos nos toca perder tangibles e intangibles en el camino. Quien ama de verdad no ve los defectos en el ser o circunstancia amada y aunque los vea, continúa amándola (palabras mayores). Es muy duro considerando que hemos sido programados bajo una sociedad que ve en los sentimientos nobles un obstáculo para llegar a las metas supuestamente gratificantes, donde llorar es símbolo de debilidad, donde dudamos hasta la paranoia, donde equivocarse a veces se paga caro o peor, no se paga según sea el caso; donde decir te amo o expresarlo da pena o está pasado de moda porque el consumismo nos da la opción de demostrarlo con regalitos que compensan el tiempo o un abrazo. Una sociedad que desecha los problemas y siempre le saca vuelta creando otro peor, pero dice “no hay problema”.
Como dicen los mexicanos, “no me hago tonta”, el amor y las relaciones que lo conllevan no son fáciles, más si peleamos contra la rutina y el poder de la costumbre –¡vaya tarea!, y si se está decidido siempre encontramos las herramientas como “McGiver” para solucionar lo que sea que parece imposible. O como dice Monseñor J. D. Ulloa: “aunque me engañen mil veces, seguiré creyendo en los seres humanos”.
Ideal sería que el amor terrenal fuera tan ilimitado como el canino porque es fiel, leal y filial. No importa de qué humor llegues a la casa (para los que somos perreros), ese entrañable amigo siempre te espera con una sonrisa, una colita alegre y un abrazo sincero. Digo yo, como los locos, mientras más conozco la humanidad, más quiero a mis perros. No hay una forma ideal de hacerlo, de expresarlo, de recordarlo. Pareciera que hay amores que quedan grabados en el alma, hay amores que dejan un sabor amargo o muy dulce, amores que perturban, amores que asfixian, que llenan la vida múltiples colores, los hay prohibidos o alegóricos y sí, hay amores que duelen. “Pero” son las circunstancias y no el sentimiento en sí lo que le hace intensamente feliz o terriblemente doloroso.
No hay nada de mariposas en el estómago, estrellitas en la cabeza, ni insomnio ansiosos, si tienen el primero es una indigestión segura, si pasan por lo segundo es por un golpe mal dado y para lo tercero búsquense un psiquiatra. No se muere por amor o te vuelves loco por amor, eso pasa precisamente porque no nos amamos lo suficiente.
Lo básico de amar es lo positivo que ese sentimiento puede inspirar o sacar de ti en tus peores momentos. Lo que eres capaz de dar sin esperar (pero seamos honestos, todos esperamos algo). Lo que no harías porque no desearías que te lo hicieran y aceptar, porque el amor no se obliga, no se compra, no se impone (ni siquiera entre las mascotas). Para que el amor viva, siempre va necesitar ir de la mano con el perdón en el ejemplo que queramos poner y del color que sea lo que sentimos, el amor implica perdón.
Y de la pasión, imagínese, es la cerecita del pastel, la batería, el motor, la cosa deliciosa que nos hace vivir intensamente el amor cuando está en su máxima expresión. Igual me puedo comer un pastel sin cereza y disfrutarlo, y no hay batería o motor que dure inagotablemente, nuestros abuelos nos pueden dar cátedras de eso y el que trabaja porque lo necesita también, aunque siempre es mejor contar con una pizca de pasión para sentir explosión de sensaciones satisfactorias en todo lo que hacemos y amamos.
Alguna vez me dijeron: es que tal vez no sé amar. A veces confundimos el “gustar”, con el “amar”. En algún momento he leído que amar de verdad es perdonar “setenta veces siete”, ¡wao!, con lo intolerante que nos hemos convertido, eso es un verdadero reto. Nuestra excusa para justificarnos en pleno siglo XXI es que las circunstancias años atrás eran otras, ¿a quién queremos engañar? Para amar no se necesita un manual, el amor fluye como la química o lo hacemos nacer como una planta, eso lo pueden decir con propiedad los padres e hijos en adopción o los amigos que son como hermanos cuyo vínculo no tiene nada de sanguíneo. El amor no se mide, no se cuantifica, se da, se vive, se disfruta, se abraza con fuerza y se defiende con propiedad. Y lo trillado que siempre escuchamos: no esperar a no tenerlo para extrañarlo, no esperar la muerte para expresarlo.
Cierro recordando que amar a Dios y al prójimo como a uno mismo, es la frase más atinada que me enseñaron desde que era pequeña y Dios sabe que no es fácil, pero tampoco es imposible. Por cada error que cometemos en nombre del amor, hay la oportunidad de regalar el doble de bendiciones. Amar como si fuera la primera vez, cada día, cada persona, cada situación, nuestra tierra y a nosotros mismos. Es la forma de ir cultivando amigos, compañeros, enamorado(a), cónyuge, recuerdos memorables que nos inmortalicen para la prosperidad.
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