sábado, 11 de agosto de 2012

Con olor a enredo

Con olor a enredo
Llevo días pensando en qué lugar, cosa o situación describir que me fuera familiar, amigable e interesante, considerando que es muy poco lo que salgo en la ciudad y que lo que a mí me pudiese llamar la atención sería un completo desquicio para muchas personas…No sé por qué me complico, si mi abuela siempre me dice que para gustos están los colores.
¡Válgame Dios!, si no hay nada mejor que la rutina, el bullicio de la calle, lo interesante de la gente, el entretenido paisaje… ¿Cómo no lo pensé antes, si pierdo tanto tiempo camino a la casa, cada santo día?  Nada más perfecto que hablar del apoteósico regreso a casa atravesando la calle 50.
Día 1
Es viernes. Para no ser quincena, desde el ventanal de mi oficina la calle se ve un poco saturada y a 100° a la derecha la bahía está serena. No sé qué es peor, si tener que subir o bajar el estacionamiento, cuya estructura de caracol es un ataque seguro de migraña o tener que madrugar cada día para conseguir un lugar cerca de la oficina con grandes probabilidades de recibir como premio una boleta. Me mentalizo y me acostumbro.
Salgo por la rampa, se asoma el inmenso cielo celeste con nubes blancas como pelos de borrego y voy a mi aventura regular rezando para que el tráfico sea apacible y se abra frente a mí como el mar Rojo para el pueblo israelita cuando fue guiado por Moisés. El semáforo no se hace esperar y entro al zoológico cincuentero. Me transformo para imaginar que estoy frente a un juego virtual, avanzando por puntos para ganar una merecida ducha de tina tibia… Un carro sedán  azul eléctrico irrumpe mi forzada calma, quizás creyendo que él es el único con inminente apuro de llegar a alguna parte y que obviamente su urgencia tiene la prioridad de alguien con evidente incontinencia para evacuar. Suena la bocina tanto, que logra descontrolarnos a todos los que vamos enfrente. Veo una mano a mi derecha cuyo gesto al exaltar su dedo corazón tan erecto como el mástil de una bandera, me hace soltar una carcajada y recordar a Giselle, una peculiar compañera de labores que lleva en su carro una paletita en cuya punta hay una circunferencia en forma de carita feliz por un lado y, por el otro, una carita triste para todos aquellos malos y también buenos conductores. Es una técnica que al parecer le ha funcionado a la perfección, pero soy honesta conmigo misma: me hace falta actitud y paciencia para utilizar un recurso como éste.
Apenas puedo ver a un costado mi tan gustado KFC.  Quisiera poder contar la cantidad de autos que observo en calle 50, pero la vista se me va a la altura del semáforo de la antigua Mansión Danté y mi mente vuela en el tiempo una vez más para me transportarme a los recuerdos de los muchos zapatos que allí compré – ¡qué rico aquellos viejos tiempos! Entre lo que son peras o manzanas, me detengo a ver a todos los cristianos que apuestan en la caseta por un puesto en el primer “diablo rojo” que se pare por delante o los ilusos que esperan un taxi que los lleve a cualquier lugar menos al que ellos desean, y como diría en un momento altruista, “la vida es dura pa’l campesino”… Al menos ellos no tienen que manejar.
Meto cambio: primera, segunda, no avanzo. Debo practicar la tolerancia. Bajo la ventana porque estoy acalorada, necesito algo de aire ¿puro?, necesito aire, punto. Y ahora recién entiendo que no importa si no es quincena porque es viernes y todos queremos llegar por las razones que sean a nuestro destino. Es “weekend”, decimos en buen spanglish y, como siempre, hay dos tristes tigres, perdón, digo, dos tristes pendejos que se chocaron y tienen alborotado este descomunal tranque. Gracias, Señor, porque tengo carro y porque no soy yo la que perecerá en medio de la zona bancaria para esperar un policía de tránsito que se apiade de todos y nos libere de este caos. Y que conste que el tráfico y el saperoco no lo provocan esos dos, sino los típicos “panameños” que hacemos honor a nuestra cultura y como el hielo estamos en todas y tenemos por fuerza que parar para vidajenear… ¿Será un amigo, un familiar, un pana? ¿Quién tuvo la culpa? Bla, bla, bla…
Salgo airosa, me siento como pura sangre a una nariz de ganar la carrera. Llego a la esquina de Lumicentro, para tomar a la izquierda y bajar por Vía Brasil. Toda una hazaña, miro por el retrovisor, suspiro y pienso: ¡qué enredo!
Día 2
Me invitan a comer y echar cuentos en Friday’s de Marbella.  ¿No será posible que lo hagan en el Dorado o en Amador? ¿No basta con que tenga que ir hasta allá de lunes a viernes? Voy.  A caballo regalao, no se le miran las patas.
¡Vaya! Ligeramente mejor. Mucho tráfico, pero más fluido. No hay choques, y todos estamos sincronizados. Lo que ayer me tomó 45 minutos, hoy me toma 20.  Me puedo dar el lujo de gozar el día. Disfruto los días nublados casi lo mismo que los de sol; de hecho, por venir de tierra llorona hasta aprendí a disfrutar los torrenciales aguaceros. Cómo van volando las construcciones, ya la vista no me deja ver el esplendor de su arquitectura en ejecución. Mi ciudad está a la vanguardia de cualquier otra metrópolis del mundo, que ya quisieran muchos tener nuestra privilegiada posición y un sólido centro bancario. Estoy orgullosa.
Día 3
Por ocio tomo la ruta larga para ir a misa. Ésta ni siquiera es la ruta, es una excusa para ser testigo de la diferencia. Nos preguntamos muchos por qué no será siempre así nuestra Calle 50 o el resto de la ciudad. Estoy en una pista de patinaje o en una escena de “Volver al futuro”. Y recordar que hace unos pocos días éste era el centro de batalla para SUNTRACS y los agentes del control de multitudes… ¡Wao! (y no es la emisora). Hice el mismo recorrido en escasos seis minutos. Para aquellos que no tenemos casa en la playa, circular en carro es toda una delicia, casi puedo sentir mis alas. Entré reída y salí hecha carcajadas. Nadie entendería el porqué, realmente creo que los locos somos más. Hoy no salgo estresada, ni fastidiada. La ruta del calvario con olor a enredo está despejada y me deja ver su grandeza. Hasta ahora noto que tiene cuatro amplios carriles. Hoy me huele a próspero, a bonito, a grandioso, me huele a dinero, a poder, me sabe a “cosmopolitan”,  le veo el “glamour”, el “caché”. Puedo oler, puedo ver, puedo sentir la esencia de Panamá a través de sus calles.

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