Dice el extracto de un texto que me llegó hace días atrás: “la soledad no es la ausencia de compañía, sino el momento en que nuestra alma tiene la libertad de conversar con nosotros y ayudarnos a decidir sobre nuestras vidas. No asustarse con la propia compañía, pues quien nunca ha estado solo ya no se conoce a sí mismo, y quien no se conoce a sí mismo comienza a temer el vacío”.
Hay situaciones muy puntuales en las que he llegado a pensar que soy o tengo algo de extraterrestre. Probablemente el hecho de ser hija única de mamá, haber crecido entre adultos, aparte de seria, me enseñó a ser independiente y a convivir con mi querida amiga soledad. Y digo “amiga”, porque sin duda, me es fundamental tiempo para mí. No por entrar en diatribas, pero estar solo o incluirla en nuestra agenda, funciona.
El trabajo, el tráfico, la familia, los ruidos, el vaivén y todo lo relacionado puede llegar a abrumar y no lo percibimos.
Observo desde la esquina del cuadrilátero la conmoción de los que pueden brincar de una relación a otra, sin detenerse. Que necesitan rodearse de muchas personas aunque en el fondo de su corazón, experimenten sentimientos que ni un perro callejero. Quienes se ven acechados por la noche, por la cama vacía, ante la oscuridad. No conocen otra cosa, no aceptan otra cosa porque su sola presencia les incomoda, les paraliza, les aterra.
Ya sé que el ser humano no está diseñado para estar solo, pero también sé que la soledad bien llevada es sinónimo de salud mental y aprendizaje. Como dice el escrito que recibí, “hasta el amor necesita reposo”. No debemos pasar de ser complemento a convertirnos en la sombra de otra persona, a mirar a través de sus ojos, a respirar sobre su nuca, y no solo hablo del amor de pareja, sino del amor en general. Ese comportamiento tiene un alto costo. Hay mucha coherencia en el hecho de tomar unos segundos al día para reflexionar, para pensar o poner la mente en blanco… Hacerlo como mejor nos acomode: yoga, meditación, ducha, ejercicio, lectura, baile, viajar, cualquier opción es buena, si lo haces contigo mismo.
Me pregunto, ¿cómo podría amar o exigir amor u otros sentimientos a los demás, si no me conozco? Soledad ha estado de la mano conmigo desde que tengo uso de razón, por eso sé que la mejor vía para descubrirnos es a través de ella. Mientras jugaba con mi barbie, mientras estudiaba o hacía tareas; en la adolescencia descubrí el placer de hibernar y gracias a Dios en esos tiempos no existían los celulares y aunque había teléfono nunca fui de quedarme horas hablando con alguien, prefiero mil veces el contacto físico. En la etapa adulta me guío durante todas mis sesiones de techo.
Cuando vives con la familia: padres, pareja, hijos, hasta mascotas, es cuando más se necesita abrirle espacio a soledad, para no perder los sentidos y la objetividad por vivir, para que la existencia no se convierta en una monotonía y llegue el momento en que nos miremos al espejo y no reconozcamos la imagen que se refleja. Definitivamente no creo en los padres acaparadores que crían hijos dependientes y inútiles; tampoco creo en amigos intensos que necesitan atención 24/7; o en parejas que ni en el baño tienen 5 minutos de privacidad. Todo requiere un justo balance.
Nunca he practicado esto de “un clavo saca otro”, siempre me he sentido afortunada de tener la posibilidad de elegir, y en ese sentido, me doy permiso para recuperarme por mis propios medios antes de darle rienda suelta a mi corazón. Mi mente requiere tiempo y espacio para canalizar y asimilar los ajustes que se van dando conforme voy creciendo, pero entiendo que lo que aplica para unos, no lo es para todos.
Ay soledad, ¿qué habría hecho sin ti? Me enseñas todavía de amor propio, me ayudas a vencer mis miedos y romper mis paradigmas. Me hiciste perder el pavor a la oscuridad y me induces a hablar conmigo misma aunque los demás piensen que estoy loca. Me llevas al cine a ver la película que quiero y no a complacer a otros por 2 largas horas. Haz inculcado en mí la osadía de invitarme a un restaurante, sin tener que pegarme a la tecnología y disfrutar cada bocado. Me acompañas en cada momento que decido hacer las cosas por mí misma, como aquella vez que compré mi caja de herramientas y me diste luz verde para hacer huecos por doquier. Cuando siento que reviento o que necesito calma, me llevas de cuando en cuando al encuentro con el infinito, donde el mar de une con cielo. Me obligas a conocer mi cuerpo y a cuidarlo. Nos hablamos, nos reímos, nos peleamos, lloramos y nos amamos. Gran parte de mi tiempo debo y necesito compartir y darme a los demás, y nunca has sido egoísta, me dejas ir y venir a mi antojo. Dejas volar mi imaginación, me ayudas a poner mi mente en blanco y pensar…
Eres y serás mi fiel compañera para estudiar, para escribir y para crear. Me ayudas a vencer mis miedos. Eres mi maestra en el perdón y te convertiste en indispensable estratega para planear combates. Me obligaste a conocerme y amarme, pero sobre todo fortaleciste mi vínculo con todas las energías que me rodean y mi relación con Dios.
En mis ratitos contigo soy inmensamente feliz porque comprendo la fragilidad de la vida y junto a ti es como aprendo a valorar el tiempo y a las personas. Me das la libertad de volar, de materializar aquello que solo estaba en mi mente y con tu intensidad me has empujado a salir en busca de lo que quiero o necesito…Contigo aprendí que puedo prescindir de ti y que no importa cuánto corra, he de volver.
Soledad no es enemiga y es un mal necesario para descubrir y liberar nuestro interior, y dar siempre lo mejor. Puede que huyamos, que le temamos, pero inevitablemente nos alcanzará tarde que temprano, 10 segundos o 10 años. Así que cuando alguien te mire a los ojos y te diga: quiero estar solo, respeta ese espacio de tiempo en el que repondrá su cosmos. El miedo a la soledad se vence enfrentándolo. Mírala siempre como aliada y verás los resultados.
Amen y hagan lo que quieran, que Dios nos ama. Bendiciones,
GG
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