jueves, 11 de octubre de 2012

Desde otra ventana

Un viejo hábito es el de asomarse por la ventana.  Pareciese el mismo paisaje, pero si le observo con atención, cada día hay algo nuevo que descubrir: el cielo, los árboles, el clima, los vecinos, el tráfico…  Cuando salgo de mi entorno, parezco tener el mismo hábito. No recuerdo con precisión las ventanas que me han reflejado diversas historias a través de mi vida, pero ciertamente cada una deja perdurables memorias. 

Hace unos días, desperté y entre la maraña de cortinas, lo primero que hice fue curiosear por la ventana de Los Nogales.  Era una vista diferente a la acostumbrada.  Estaba en territorio desconocido, pero hermoso.  Los árboles eran diferentes a cualquier tipo tropical que abunda en mi país. En la inquietud de mi mente y con poca información sobre flora o jardinería, buscaba en mi mente qué o para que servía un nogal.   Todo desde el sexto piso lucía apacible, el clima frío y la lluvia tenue.

A veces quedamos en lugares inesperados, que parecen no tener nada que ver uno, u otras, desafiamos al destino y vamos por la segunda oportunidad de aprender.  Así fue como llegué a Santiago de Chile.  Conocí ese país por pura obligación laboral en el 2004 y en aquella oportunidad seguí la ruta que por la iniciativa de mis jefes conocí: Valparaíso, Viña del Mar y Valle Nevado.  Lo mejor de lo mejor fue éste último, porque fue mi primera vez en la nieve y claro que amo las primeras veces.

Como si la historia no se hubiese completado, ocho años después, el Universo, por razones diferentes me hizo regresar y aún así fue la primera vez de todas mis aventurillas que fui a pesar de…  Con el ímpetu de guerrera cerré todo por internet, lo cual es tremenda hazaña para mí.

¿Qué puedo decir con tan pocos días en un lugar?  A pesar de ser latinos, es una cultura que si bien nos une por el idioma, nos diferencia por muchas cosas: clima, infraestructura, leyes, población y otros detalles que llamaron mi atención.  Nunca he estado en Europa, creo que lo más parecido a algunos paisajes del viejo continente ha sido Santiago de Chile, porque la tecnología cibernética me permite hacer pequeñas comparaciones, guardando las debidas proporciones. 

No hice bien la tarea, todo fue muy rápido así que no fui preparada para lo que me esperaba. Sin embargo, supongo que eso le puso más color a la aventura.  El clima cambió de un momento a otro (culpa nuestra y aún no entramos en razón), e igual que en tierra azteca, lo que suponía una febril primavera se convirtió inexplicablemente, incluso para sus habitantes, en un invierno lluvioso que duró exactamente los días que estuve allí.  Era como un pez fuera del agua.  Todos forrados de pies a cabeza, al unísono con ausencia de color (vestidos de negro) y yo con muchos colores, zapatitos de bailarina en cuero y un ligero y cobarde abrigo que era un vil “peor es nada”. Y ese nada era justo lo que no me iba a detener.

Pese a la lluvia, el mal tiempo y la alergia en su máxima expresión, salí a conocer el centro.  Muy lleno de historia, una vista singular desde el cerro Santa Lucía, un paseo por la Palacio de la Moneda y el Centro Cultural, un rezo a la Virgen de las Mercedes en la majestuosa catedral y un exquisito almuerzo en el mercado.  Sí, como lo escucharon: en el mercado.  Hasta yo me asusté cuando me lo dijeron e iba un poco a la defensiva porque “el mercado” no es el lugar más lindo ni más higiénico para comer, excepto en Santiago de Chile.  Comí como reina en el restaurante El Galeón.

La cerecita del pastel era conocer de primera mano un viñedo.  ¡Wao! Por más ignorantes que podamos ser, ¿quién no conoce la excelencia de los vinos chilenos? Llegamos a la viña de Concha & Toro y aunque el clima nos limitaba el recorrido, no hay cómo describir la sensación de estar en las bodegas y terminar caminando por el bien conocido “Casillero del Diablo”, es ver para creer, degustar y extasiarse.  Yo que presumo de ser una niña 100% tropical amante del sol, la arena y el mar, confieso que la experiencia, vale la pena.

Más fácil se me da subir Volcán Barú, montarme en un kayak, lanzarme de una pendiente amarrada de una cuerda o practicar canopy, que salirme sola a caminar sin conocer el área. Ajusté mis ovarios y llegué caminando a Costanera Center, un gigantesco edificio de 70 pisos, en donde los 6 primeros están dedicados al comercio, mejor conocido como mall.  Previo a un auxilio que felizmente recibí, me abrigué, cambié de unas bailarinas grises a otras en color crema y me lancé.   Belleza, pura belleza en el camino a pie.  Todo impecable, el paisaje parecía pintado.  A lo lejos se distingue el relieve de lo que son montañas nevadas.  Calles limpias y bien señalizadas.  En mis rondas quedé almorzando en un reconocido restaurante que también hay en Panamá (dicen que es mejor bueno conocido que malo por conocer). Hasta al cine fui a dar y como ya conocía toda la cartelera, compré un boleto solo por el hecho de que el detalle de la película mencionaba que era comedia y yo con tanto frío, necesitaba reír.  Gran sorpresa que el largometraje era de producción nacional. Lástima que no nos lleguen este tipo de cintas, pero con “Paseo de oficina”, reí hasta llorar.  Y, aunque el clima parecía ensañado conmigo, le reté.  Volvió a llover y la turista utilizó todo el efectivo, para no regresar al 507 con moneda extranjera, así que ni para el taxi le alcanzaba… Como hace mucho no hacía en mi tierra y dispuesta a pescar una pulmonía, recordé que la vida es una cuestión de actitud y me metí bajo la lluvia, sin perder el glamour (muerta antes que sencilla), regresé a Los Nogales como un pequeño pavo real mojado (pollo jamás), pero con una dichosa sonrisa de oreja a oreja. Dato curioso: en Chile manejan energía de 220.  Cuando llegué y aun habiendo comprado un adaptador, mi secador de cabello sencillamente pereció.

Luego de conocer los alrededores, la vida de la ciudad, sus habitantes que no son nada alegóricos como los caribeños, más bien de tipo reservado y tranquilo, puedo concluir que, con todo y el frío, la lluvia, el frío (otra vez), la alergia, la rinitis, las ampollas en los pies, la obligada estadía por un día adicional porque alguna persona o sistema electrónico canceló mi vuelo de regreso por error o por discriminación (viajé con millas) y casi quedo como indigente de no ser por la hospitalidad chilena, la pasé como decimos con acento panameño “del carajo”.  El clima ni siquiera tuvo la culpa, más bien fue mía por no haber ido preparada.  Extrañaré la tanda del once, que es el ratito en las tardes para tomar un buen té (mi cuerpo y mis manos lo agradecieron), pero me doy por bien servida, para mí fue misión cumplida. La comida genial, los vinos una delicia, el pisco sour que no puede faltar, la cortesía, las atenciones y los paisajes pagaron con creces mis días desde otra ventana.

 
La vida es una, vívanla.

GG

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