Mateo
23: 2, 3
Entonces habló Jesús a la gente y a sus discípulos, diciendo:
En la cátedra de Moisés se sientan los escribas y los fariseos.
Así que, todo lo que os digan que guardéis, guardadlo y hacedlo; más no hagáis conforme a sus obras, porque dicen, y no hacen.
En la cátedra de Moisés se sientan los escribas y los fariseos.
Así que, todo lo que os digan que guardéis, guardadlo y hacedlo; más no hagáis conforme a sus obras, porque dicen, y no hacen.
No se equivoquen.
Ésta no es una cátedra litúrgica, ni mucho menos. Sencillamente es un llamado porque muchas
veces vagamos por la vida, dándonos golpes de pecho, y desarrollamos grandes
habilidades para juzgar, criticar, burlar, difamar, ignorar, indisponer,
apuntar o quizás tergiversar cosas y a personas. Algunas, con premeditación y alevosía, y
otras por ignorancia. Quien no haya
pasado por una situación así, que tire la primera piedra.
Bien sabemos que es un millón de veces más fácil
decir, que hacer. El compromiso con
nuestros valores, ideales, o como le queramos llamar, va más allá de lo que nos
enseñaron en casa o en el colegio y cala directamente en nuestra consciencia y
en el ejercicio de nuestros actos, en todos los planos de nuestras vidas.
Lo cierto es que muchas veces en el camino,
tomamos decisiones incorrectas, que generalmente suelen dejar imborrables
cicatrices y un inmenso aprendizaje. ¡Vaya!,
no quiero justificar los míos, pero reconozco que he metido la pata, y no una,
sino las cuatro y más veces de las que me gustaría aceptar. Hay momentos en los
que existimos y luego pensamos, y en ese vaivén del día a día, nos convertimos
en eso que no somos. No sé si es producto del ambiente que nos rodea, de lo que
comemos, de la tecnología, de esta sociedad que nos exige más de lo que nos
entrega; y, cuando caemos en cuenta, observamos con asombro o con gracia, que
aquello que censuramos férreamente, ha hecho parte de nuestra propia historia. El
problema es cuando nos permitimos que esos actos sean parte de lo “normal” en
ésta.
Escucho con atención cuando me dicen: he tenido
que hacer la vista gorda o de oídos sordos, porque ser honesto en tal situación
me hubiese costado el puesto. Tuve que mentir (robar, callar, jurar en vano),
por tal o cual cosa. Traicioné la
lealtad de X persona porque hice X cosa, etc.
No deberíamos fingir demencia. No deberíamos hacer uso de la doble moral
para aconsejar a otros, basados en un supuesto criterio formado, si en su
lugar, no estaríamos dispuestos a hacer lo mismo. Es más sencillo decir: “déjalo, huye/
enfréntalo, no hagas caso, cóbrala, no te dejes, haz, deja de hacer”… Y ver los
errores en la casa ajena, que en la nuestra.
Pues, para ser parte de la solución, nos toca
dejar de ser parte del problema. Vivir
con libertad y autonomía, exige responsabilidad, determinación y disciplina.
Parte del principio básico de no hacer a los demás, lo que no me gustaría que
me hicieran. De ser ejemplo a través de
nuestros actos; si quieres que tu hijo, esposo, amigo, deje de fumar, no lo
hagas tú. ¿Qué es fácil? NO LO ES. Pero podemos iniciar con eso de ponerse en
el zapato ajeno. Cerrar el pico antes de decir una burrada, hablar cuando las
injusticias callan, y saber escuchar, antes de emitir una opinión (si nos la
piden).
No nos dejemos envolver por el qué dirán,
rompamos aquellos estigmas que como personas nos lastiman y nos hacen
indolentes al mal ajeno. Vivamos en libertad responsable y con propósito firme
de ser mejores. Suena muy idealista,
pero por algo se empieza. La lealtad
siempre inicia por uno mismo.
Para cerrar, les comparto lo siguiente: “La más
destructiva de las armas no es la lanza o el cañón, que pueden herir el cuerpo
y destruir la muralla. La más terrible de todas las armas es la palabra, que
arruina una vida sin dejar vestigios de sangre, y cuyas heridas jamás
cicatrizan. Seamos pues, señores de nuestra lengua, para no ser esclavos de
nuestras palabras”.
No culpes a los demás por ser eso que no querías…
Enmienda, acepta, vive bien y sé feliz.
GG
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