domingo, 3 de marzo de 2013

Eso que no soy


Mateo 23: 2, 3
Entonces habló Jesús a la gente y a sus discípulos, diciendo: 
En la cátedra de Moisés se sientan los escribas y los fariseos. 
Así que, todo lo que os digan que guardéis, guardadlo y hacedlo; más no hagáis conforme a sus obras, porque dicen, y no hacen.

No se equivoquen.  Ésta no es una cátedra litúrgica, ni mucho menos.  Sencillamente es un llamado porque muchas veces vagamos por la vida, dándonos golpes de pecho, y desarrollamos grandes habilidades para juzgar, criticar, burlar, difamar, ignorar, indisponer, apuntar o quizás tergiversar cosas y a personas.  Algunas, con premeditación y alevosía, y otras por ignorancia.  Quien no haya pasado por una situación así, que tire la primera piedra.

Bien sabemos que es un millón de veces más fácil decir, que hacer.  El compromiso con nuestros valores, ideales, o como le queramos llamar, va más allá de lo que nos enseñaron en casa o en el colegio y cala directamente en nuestra consciencia y en el ejercicio de nuestros actos, en todos los planos de nuestras vidas.

Lo cierto es que muchas veces en el camino, tomamos decisiones incorrectas, que generalmente suelen dejar imborrables cicatrices y un inmenso aprendizaje.  ¡Vaya!, no quiero justificar los míos, pero reconozco que he metido la pata, y no una, sino las cuatro y más veces de las que me gustaría aceptar. Hay momentos en los que existimos y luego pensamos, y en ese vaivén del día a día, nos convertimos en eso que no somos. No sé si es producto del ambiente que nos rodea, de lo que comemos, de la tecnología, de esta sociedad que nos exige más de lo que nos entrega; y, cuando caemos en cuenta, observamos con asombro o con gracia, que aquello que censuramos férreamente, ha hecho parte de nuestra propia historia. El problema es cuando nos permitimos que esos actos sean parte de lo “normal” en ésta.

Escucho con atención cuando me dicen: he tenido que hacer la vista gorda o de oídos sordos, porque ser honesto en tal situación me hubiese costado el puesto. Tuve que mentir (robar, callar, jurar en vano), por tal o cual cosa.  Traicioné la lealtad de X persona porque hice X cosa, etc.

No deberíamos fingir demencia.  No deberíamos hacer uso de la doble moral para aconsejar a otros, basados en un supuesto criterio formado, si en su lugar, no estaríamos dispuestos a hacer lo mismo.  Es más sencillo decir: “déjalo, huye/ enfréntalo, no hagas caso, cóbrala, no te dejes, haz, deja de hacer”… Y ver los errores en la casa ajena, que en la nuestra.

Pues, para ser parte de la solución, nos toca dejar de ser parte del problema.  Vivir con libertad y autonomía, exige responsabilidad, determinación y disciplina. Parte del principio básico de no hacer a los demás, lo que no me gustaría que me hicieran.  De ser ejemplo a través de nuestros actos; si quieres que tu hijo, esposo, amigo, deje de fumar, no lo hagas tú. ¿Qué es fácil? NO LO ES. Pero podemos iniciar con eso de ponerse en el zapato ajeno. Cerrar el pico antes de decir una burrada, hablar cuando las injusticias callan, y saber escuchar, antes de emitir una opinión (si nos la piden).

No nos dejemos envolver por el qué dirán, rompamos aquellos estigmas que como personas nos lastiman y nos hacen indolentes al mal ajeno. Vivamos en libertad responsable y con propósito firme de ser mejores.  Suena muy idealista, pero por algo se empieza.  La lealtad siempre inicia por uno mismo.

Para cerrar, les comparto lo siguiente: “La más destructiva de las armas no es la lanza o el cañón, que pueden herir el cuerpo y destruir la muralla. La más terrible de todas las armas es la palabra, que arruina una vida sin dejar vestigios de sangre, y cuyas heridas jamás cicatrizan. Seamos pues, señores de nuestra lengua, para no ser esclavos de nuestras palabras”.

No culpes a los demás por ser eso que no querías… Enmienda, acepta, vive bien y sé feliz.

GG 

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