En
estos días en los que el romanticismo parece una cursilería; los detalles están
basados solo en muestras de afecto materiales; las pruebas de amor se
circunscriben al sexo; y, la intolerancia está en su apogeo… Vuelvo a hablar de
amar, a ver si de muchos que me leen, por lo menos uno entra en sintonía. Dicho y sostenido, cuando se trata de amar,
hay que tener valor, por no decir otra cosa en su esencia más vulgar.
Sin
ponerme muy religiosa, me parece que la expresión máxima de amor, para aquellos
que somos católicos – cristianos es la del Padre que ofreció al Hijo, y la de
éste, al dar su vida por redimirnos… Aunque muchos pensemos que somos capaces
de hacer esto por la persona que amamos (padres, hijos, pareja, fe, etc.), a la hora de la verdad, nunca se sabe y hay
espacio suficiente para la duda razonable. Ni hablar; en nuestra perfecta imperfección,
estamos muy lejos de semejante capacidad.
Me
viene a la mente una frase de esas que te mandan por Internet, pero que quedan
en el subconsciente, que dice que hay cosas que una vez que pasan, no regresan:
el tiempo, las palabras y las oportunidades… Si me refiero a “las palabras”, no
siempre es como nos dicen que se las lleva el viento. Calan en lo profundo del alma y tienen poder
masivo de destruir o construir.
Hago
referencia a esto porque es fácil hablar, pero nos resulta complicado
actuar. Incluso al que más le cuesta
decir “te amo”, le es sencillo si se compara con demostraciones concretas. Y retomo el primer párrafo, que para amar no
se necesita invertir millares en bienes materiales. Es una cosa del día a día; un ¿cómo estás?,
¿cómo te fue?, ¿en qué puedo ayudarte? (y hacerlo), gracias, por favor, te he
extrañado, haces que sea mejor… No dar por sentado que la otra persona sabe lo
que sentimos, porque todos necesitamos escucharlo, todos consentimos un abrazo,
y apreciamos los gestos… “Apreciamos los gestos”, por más sencillos que parezcan,
hay que saber agradecerlos.
No
se mide en lo que más puedas dar, sino en lo que puedas hacer para ser la
diferencia en la vida de ese ser querido. El amor muere con el hastío de
sentirse ignorado y nace cada día con la fe.
Rompe barreras de tiempo y distancia, y que conste que no soy idealista,
pero sé que se puede y que transciende más allá de nuestros sentidos y del
espacio. Se antepone al egoísmo y a la
soberbia porque siempre buscar ser mejor.
Fácil
es decir te quiero, porque yo quiero ir a Europa, quiero mi carro, quiero
ganarme la lotería, pero amar, y que eso tenga fundamento, no siempre se ve,
pero existe. En el amor no hay guiones,
tampoco manuales, ni nada está escrito.
El
amor no se debilita, los que nos debilitamos somos nosotros. A medida que la
consciencia envejece, perdemos ciertas facultades y se sensibilizan otras. Cualquier día es bueno para preguntarse qué
estaría yo dispuesto a hacer por amor y qué me limita. También recordar que el
amor nace en mí. Y aunque las palabras
tienen poder, los hechos hablan más que mil de ellas.
No
importa cuántas veces me decepcione de los seres humanos o de mí, ni cuantas
veces haya perdido en búsqueda del amor, siempre me repondré e iré por más y
apostaré por él. Quien busca, encuentra;
quien pide, será saciado; quien toque la puerta, se le abrirá. Cada vez que tengamos el coraje de decirle a alguien
que le amamos, procuremos demostrarlo en toda la extensión de la palabra, con
firme decisión y completa libertad. El amor no es una moda, porque no pasa,
pero creo que ya va siendo hora de ponerlo como prioridad en nuestras vidas y
darle el verdadero sentido que merece.
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