martes, 18 de noviembre de 2014

El ascensor

Tal cual como en un edificio cualquiera de una institución estatal, digo al subir en el elevador: “cuarto piso, por favor”…  Y me preguntaba mientras llegaba a mi destino, ¿cuál es el problema con llegar al cuarto piso, la cuarta década, los 40 años?  

En la vida pretendemos ascender en todo: riquezas, salario, bienes, familia, conocimiento, sabiduría, hasta aspiramos llegar al cielo (para los que somos católicos), todo – menos – la edad… Desde esta nueva perspectiva logro ratificar que la vida es una cuestión de actitud.  Me complace agradecer que no ha pasado un año, un día, un instante en este recorrido en el que no haya aprendido algo, algunas experiencias más complicadas que otras, pero ha valido la pena.  De no ser por las lágrimas no habría llegado a conocerme y de no haber sido por las risas jamás llegaría a ninguna parte… Disfruto hasta de las crisis existenciales, pero es tema para otro día, y me alegra saber que de “esas” me hago más fuerte.

Bailar bajo la lluvia, tomarme un shot de tequila y sal cuando llueven limones, agradecer que respiro, veo, escucho, camino y que tengo la potestad de abrazar en vez de ignorar, de decidir en vez de irritarme o amar en vez de resentir, lo valen todo.  La familia, los amigos, los detalles, los milagros, los momentos… hacen de los 40 una etapa mágica de plenitud, fortaleza mental y riqueza espiritual… Se comprende que la belleza de los seres humanos es que somos diferentes y de una u otra forma nos damos cuenta que se puede aceptar, incluso aquello que aspiramos cambiar.

Llega el ascensor y se abren las puertas a una nueva etapa que me abraza, que yo abrazo y arranca el idilio de 10 años de desafíos, pasión y bendición.  No estoy sola, porque estoy conmigo (y Dios como yo lo concibo, también lo está). Me agrada pensar que puedo girar el rostro hacia atrás, reír y decir: ¡Sí, llegué a los 40 y me encanta!

PD. Dedicado a todos los jovenzuelos de 40 y más.


GG

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