Tal cual como en un edificio cualquiera de una
institución estatal, digo al subir en el elevador: “cuarto piso, por favor”… Y me preguntaba mientras llegaba a mi
destino, ¿cuál es el problema con llegar al cuarto piso, la cuarta década, los
40 años?
En la vida pretendemos ascender en todo: riquezas,
salario, bienes, familia, conocimiento, sabiduría, hasta aspiramos llegar al
cielo (para los que somos católicos), todo – menos – la edad… Desde esta nueva
perspectiva logro ratificar que la vida es una cuestión de actitud. Me complace agradecer que no ha pasado un
año, un día, un instante en este recorrido en el que no haya aprendido algo,
algunas experiencias más complicadas que otras, pero ha valido la pena. De no ser por las lágrimas no habría llegado
a conocerme y de no haber sido por las risas jamás llegaría a ninguna parte…
Disfruto hasta de las crisis existenciales, pero es tema para otro día, y me
alegra saber que de “esas” me hago más fuerte.
Bailar bajo la lluvia, tomarme un shot de tequila y sal cuando llueven
limones, agradecer que respiro, veo, escucho, camino y que tengo la potestad de
abrazar en vez de ignorar, de decidir en vez de irritarme o amar en vez de
resentir, lo valen todo. La familia, los
amigos, los detalles, los milagros, los momentos… hacen de los 40 una etapa
mágica de plenitud, fortaleza mental y riqueza espiritual… Se comprende que la
belleza de los seres humanos es que somos diferentes y de una u otra forma nos
damos cuenta que se puede aceptar, incluso aquello que aspiramos cambiar.
Llega el ascensor y se abren las puertas a una
nueva etapa que me abraza, que yo abrazo y arranca el idilio de 10 años de
desafíos, pasión y bendición. No estoy
sola, porque estoy conmigo (y Dios como yo lo concibo, también lo está). Me
agrada pensar que puedo girar el rostro hacia atrás, reír y decir: ¡Sí, llegué
a los 40 y me encanta!
PD. Dedicado a todos los jovenzuelos de 40 y más.
GG
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