Cómo me dueles, Colón… una frase similar leí hace
semanas atrás y no deja de retumbar en mi mente. Es una tristeza insidiosa que
por momentos me hace perder de vista el horizonte, amenaza mi fortaleza, lacera
la esperanza.
La razón obnubila al corazón cuando pienso en esas
cinco letras que entrañablemente amo con el alma porque representan mucho más
que el lugar que me vio nacer. He querido ser su digna hija, ser ejemplo,
trabajar ardua y honradamente desde donde esté, ser una buena ciudadana,
convencida de que puedo romper los estigmas para convertir un “tenía que ser de
Colón…”, en un ¡felicidades, eres una gran representante de Colón!
Contrario a lo que muchos piensan u opinan en Colón
nacemos siendo almas felices a pesar de las vicisitudes. Eso no nos resta el
ímpetu de prosperidad, es posible que nos tomemos nuestro tiempo, pero siempre
ponemos el toque, “la actitud”, como solemos decir. Hay tanto derroche de actitud que ahora
estamos cosechando años de desdén. Miro con estupor la victimización con la que
alimentamos nuestros miedos y justificamos incesantemente cada repetido error.
Por momentos y más allá del enojo, solo las
lágrimas aplacan el sentimiento que abate mi consciencia porque mi silencio es
tan cómplice como la ironía de quienes dicen amar, pero no hacen nada para
demostrarlo.
Quisiera no hablar de hambre y de miseria interior,
de revancha y bandas, de reconstrucción y destrucción, de tradición e
incultura, pero no se puede evadir la realidad que nos atañe. No quiero ser
parte del juega vivo, de la doble moral. No quiero ser de los que murmuran
solapadamente, pero no permiten que otros lo hagan porque solo es privilegio de
los C3 hacerlo. Es posible que mis
palabras no tengan el poder de cambiar muchas cosas, pero no me daré el lujo de
callar, la indiferencia dejó de ser opción.
Las redes sociales me abruman y aunque las evite,
no dejan de existir y de ser un mal necesario, después de todo, estamos en la
era de la comunicación. Leo, escucho, observo, analizo. Los titulares raramente
serán nuestros aliados. ¿Qué hacer? Demoré poco en responderme:
No calles,
pero cuando levantes la voz hazlo con mesura porque de lo contrario, aunque
tengas la razón, habrás perdido la batalla… y esta, tiene muchos frentes para
ganar la guerra. Usa la razón.
No te
victimices, porque la culpa no es del gobierno, de los extranjeros, del
vecino, de los que te señalan o te menosprecian. La responsabilidad no es de
los otros. Cada uno es escultor de su obra, protagonista de su historia. Propicia
el respeto y la confianza porque son virtudes que se ganan. No importa cuántas
veces te señalen, intenten marginarte, levanta la cara y demuestra con buena
actitud el verdadero calibre del que estás hecho.
No imites,
patrones de conducta con doble moral; el juega vivo cultural. Sé ejemplo,
recuerda que todos te observan, y aunque no lo hagan, basta con que te observes
tú.
Aprende,
y no dejes de aprender. Sé competitivo, reta tu mente. En lo que decidas ser,
sé el mejor. Que la honestidad y educación hablen por ti, y sean los principios
que te destaquen. Aprende de los errores; reinvéntate una y otra vez. No
temas en equivocarte porque hay una victoria en cada derrota y un gran
aprendizaje en cada experiencia.
Actúa,
porque suele ser fácil decir que hacer. Esfuérzate,
persevera. Colón no volverá a ser la
tacita de oro, merece ser más y eso no se construirá si no das pasos concretos.
Objeta, apoya, denuncia, agradece, sé consecuente con quien te ayuda, reconoce
tu imperfección y trabaja por tu perfección.
Sonríe… la
paz empieza con una sonrisa y se sella con un abrazo. Recuerda que Colón lo
llevas donde estés, y quién necesita a un animador de fiestas, si en la costa
querida, “todos somos el alma de la fiesta”.
Sé ejemplo…
porque debes devolverle la gloria a la costa más hermosa de este gran país.
Porque si tiras basura en tu ciudad, en tus playas, no tendrás moral para
pedirle al foráneo que no lo haga. Si no saludas, ni respondes a un saludo; si
no eres cortes, si no cuidas cada rincón, la generación que viene no lo hará y tus
huellas no representarán olvido, sino perjuicio y recelo.
Una minoría no define a un pueblo, pero ya no vale
esconder los hechos, aplacar titulares negativos con cadenas cibernéticas;
tenemos serios problemas que transcienden la efímera estética. Siento pesar de
llegar a la ciudad y verla convertida en una zona de destrucción, no solo por
sus calles arruinadas o por los escombros que simulan edificios, sino porque
odio admitir que aquello es lo que más se asemeja al espíritu que llevamos a
cuestas. No importa cuántos millones se inviertan en Colón, si no cambiamos
nuestras aptitudes y actitudes estaremos sumergidos en un vasto mar de pobreza
interior y mediocridad exterior.
La riqueza cultural más grande de Colón es y será
siempre “su gente”, pero ya es hora de que los muchos y BUENOS unamos fuerzas y
hagamos la diferencia. Pregúntate qué puedes hacer hoy por Colón porque nos
necesita.
GG
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