Querido 2020:
Infame, duro, horrible, malo, extraño, particular, caótico, complicado, sofocante, surrealista, inusual, inverosímil, difícil… ¿Se te hacen conocidos estos calificativos?
Has logrado convertirte en un número especial, cosa
que puedo entender porque estabas destinado a ser único, con un segundo nombre
particular “bisiesto”; y mira que no soy de cábalas, ni supersticiones. Aun así,
nos permitiste iniciar con gran brío y desbordada ilusión.
Todo depende del escenario y del protagonista. Sobre mi escenario te nombro “aleccionador”. Pensé en muchas formas para describirte, sin apasionamiento, sin rencor. Y tienes tu mérito, al ofrecernos la oportunidad de observarte con detenimiento, lo cual es mucho decir porque siempre nos quejamos de no tener tiempo. Desataste el caos interior que todos llevamos por dentro y emergieron las crisis existenciales. Tomaste prestados algunos privilegios que no sabíamos que teníamos y robaste algunos sueños para obligarnos a despertar y retar a la realidad. Y por momentos, me creí en la dimensión desconocida y sentí que me ahogaba en tu trama.
Vi desde la ventana de mi alma cómo te llevaste a seres amados, que creíamos muy nuestros y eso nos hizo olvidar que lo Divino es perfecto y nada pasa antes o después, sino en su justo momento. Has sido insolente, pero sigues siendo más “aleccionador” porque al reconocer la fragilidad de la vida, también fui testigo alegre de muchos nacimientos esperados. Este vaivén de emociones me hizo sentir incompleta, luego extasiada; cabizbaja y luego renovada. Me vi, me hablé, me juzgué, me privé, mi consentí, me comprendí, me amé. Y dejaste que viese a los demás. Me enseñaste del amor a la familia, del poder de un abrazo virtual, pero sobre todo del prohibido; de empatizar, de iniciar nuevas amistades, de afianzar otras, de descartar, de estancarse y luego fluir. Y también me hiciste ver de cerca el oportunismo, la intolerancia, la mezquindad, el oprobio. Nunca te cansaste de enseñarnos, de enseñarme. Sobre “lo que no quiero, ni deseo ser” y mis valores recobraron brillo y sentido. Conecté lo que pienso y digo con lo que hago, porque un acto vale más que mil palabras.
Me creía rota y me llevaste al límite para hacerme más fuerte, sabiendo que tengo el derecho a sentirme débil… y no está mal, siempre que no use el fondo como laurel. Me reconecté con la música y las imágenes en mi memoria estelarizaron mis momentos favoritos en el mar (esto me salvó más de una vez).
¿Qué si te voy a llorar? Tenlo por seguro. Marcaste mi memoria de mil maneras. ¿Qué si te voy a recordar? Sin dudarlo, pero sin apego. Nos sorprendiste, nos sacudiste y quedamos de cabeza, ¿acaso eso se puede olvidar? Confieso que me da miedo pensar que, con todo lo temerario que te impusiste, no hayamos aprendido las lecciones. En consciencia y en conocimiento, sé que aquello que no se aprende, repite, repite y repite. Tu sucesor ya nos lo hará saber.
Te respeto y te agradezco por todo, incluso aquello que me costó aceptar y que no te tengo que explicar. Gracias por compartir protagonismo en cada una de nuestras historias. Ensalzaste en todas sus dimensiones el significado de la palabra “resiliencia”. Te he hablado desde el corazón, en mi nombre y en el de muchos. Cumpliste tu cometido. Descansa en el recuerdo.
GG
Cada palabra, que resumistes en esa redacción es la conclusión atinada de RESISTIR Y REINVENTARSE, pero sin dejar de amarnos en esta modalidad.
ResponderEliminarEres la mejor 👏👏👏
Te amo hna!
¡Qué belleza leerte, mi flaquis! Gracias por compartirlo conmigo, ¡te quiero mucho!
ResponderEliminar