No sé si sea coincidencia que hasta diecinueve días
después es que me haya dado por escribir (es el día del undécimo mes en que
cumplo años). Juro que no fue planeado. ¿Cómo es que en todo este tiempo he
querido mantener la cordura sin escribir? Me justifico creyendo que escucho,
leo y veo tanto que estoy “infoxicada” y eso parece tenernos a todos muy
exhaustos.
Estas líneas no son para hacer catarsis y mucho menos dar
consejos de cómo sobrellevar algo que a leguas es inédito para todos. Cada uno
vive este tránsito por la “dimensión desconocida”, como puede. Hay días y “hay días”. Este es un yo con yo, pero compartido.
Procuro vivir en agradecimiento, considerando que cada
día es un regalo, no uno más, sino uno nuevo que trae consigo sus propias
experiencias. Ni idea de qué pase mañana y procuro no atormentarme con eso,
pero entre ayer y hoy me han pasado cosas interesantes por las que vale la pena
la reflexión.
Ayer
- Amanecí tempranito y hormonal. Lloré. Porque el tiempo me ha enseñado a sacar ese mar desde adentro para romper como las olas y como buena costeña, no pretendo ahogarme. Era un llanto de nostalgia por los que no están (y que extraño enormemente), pero también de confusión. Me sentía desorientada, en el amplio sentido que pudiese ser interpretado. Detesto sentirme sin brújula, pero como la vida me ha puesto patas arriba en más de una ocasión, ya le sé seguir los pasos y me acoplo; así que me monté el patín y formalicé mi jornada laboral (hasta me maquillé). Conclusión: la vida sigue.
- ¿Y si no me enojo? Si algo me estresa es saber que un ser querido está en aprietos y no poder ayudarle o que no me pida ayuda. Ajá, y ¿qué tal si no la quiere o no la necesita? Por más ganas que tuve, por más ansiedad que me generó, practiqué el acto de la paciencia y del respeto: a su espacio, a sus creencias, a la forma de enfrentar sus miedos. Muy difícil para mí que siempre quiero andar de redentora o de protectora. Conclusión: muchas veces fluir sin presionar, también es una opción. El auto control bien utilizado es efectivo. Deja mi ego a un lado y no me involucro donde no me llaman.
Hoy
- Apoyé a una desconocida. Una chica X en Navacerrada (España), publicó: “Estoy llorando y no sé por qué. Supongo que la situación me supera. Supongo que contarlo por aquí y saber que alguien me lee es como recibir un abrazo. Simplemente gracias”. Recibió más de ocho mil abrazos cibernéticos y más de ochocientos comentarios; entre esos, el mío. Conclusión: no hay distancia para regalar un abrazo, ni para sentirlo. La solidaridad no es solo para quienes conocemos.
- Apoyé a una conocida. Misma red, publica: “Insomnio en tiempos de COVID-19, ¡qué cosa tan terrible!”. Para una noctámbula como yo, que ni siquiera recuerda desde cuándo se desvió del camino entre los mortales y Morfeo, fue como el llamado simbólico en ciudad Gótica. Y dije: “Te comprendo. Como algunos, yo lo sufro de siempre y ahora está peor. ¡Ánimo! Música, melatonina manzanilla, una ducha antes de, leer… algo te funcionará”. Conclusión: Mi problema no es el más grande, ni tampoco soy la única. La empatía nos une, nos fortalece.
- Hablé con una mujer especial. Ambas estamos en los “ta”, yo en los cuarenta y ella en los cincuenta. Al igual que yo, no pretendemos darnos golpes de pecho sobre lecciones de vida. Leerla fue una bocanada de aire. La cito: “No me gusta las personas que insisten en decir cómo pasar el encierro. Es cierto que hay que aprovechar el momento, pero nadie dijo que era una obligación. No todo el mundo tiene que reencontrarse, hay quienes se encontraron antes de esto. No todos tienen que organizarse, hay gente que vive su vida muy organizada. No todo el mundo tiene que aprender a vivir el presente, hay quienes no les importa. No todo el mundo tiene que ejercitarse, hay quienes odian hacerlo y no van a cambiar eso ahora… Cada uno lo vive como puede y como quiere; todos somos distintos. Por momentos, me agobio porque leo a mucha gente diciendo que tenemos la obligación de sentirnos bien y me imagino que a otros les pasará lo mismo”. Sus palabras fueron un poco más extensas, pero hice check list y pensé: al fin alguien lo dijo. Conclusión: TODOS SOMOS DIFERENTES. Quizás no esté obligada a entenderlo, pero debo respetarlo. Nadie es dueño de la razón absoluta.
- Una grata sorpresa. Una de mis nuevas chamas favoritas, me compartió un valioso mensaje de la sabiduría oriental, sobre cómo cuidarse durante una cuarentena. Todo muy bonito, un poco de lo que mi “ta” favorita del quinto piso había alegado. Sin embargo, en esa lista de lo que debería, pero no es, decía: hazle espacio a tus emociones… Y aquí estoy. Conclusión: Cada día tiene su aprendizaje. No estamos obligados a vivir como si fuese el último día, pero sí a vivir y eso significa no ignorar, ni reprimir las propias emociones.
He visto gente con muy poco y estar siempre agradecidos,
por lo que la actitud tiene mucho que ver. Aquellas lecciones que como
humanidad no logremos comprender, la ley de la vida nos la repetirá. Nada es
100% pérdida o 100% ganancia, pero todo es 100% aprendizaje.
Entre la bruma y
la borrasca es posible encontrar una burbuja de aire que nos renueve el
aliento, que antecede a la calma. Es momento quizás, para elevar nuestros niveles
de consciencia, conocimiento y energía. Estamos llamados a ser mejores.
GG