Hay emociones incómodas de las que pocas veces
hablamos, quizás porque no está bien visto, no le damos mayor importancia, porque
nos cueste reconocerlas o puede ser que simplemente nos limitamos a sentirlas y
vivirlas. Heme aquí hablando de uno de
los famosos pecados capitales que me visitó por sorpresa, en mi paseo por el
cuarto piso: “la ira”.
Hay muchísimas definiciones. Sentimiento de
indignación que causa enojo. Furia, violencia… Y muchas connotaciones o
reacciones en las que nos podemos reflejar.
- Corporal, porque sentimos que el ritmo cardíaco se dispara, los músculos se tensan. Como si algunas partes del cuerpo se calentaran.
- Cognitiva, que es bastante visceral porque tiene todo que ver en cómo interpretamos las situaciones; esas ganas inexplicables de acabar con lo que haya a nuestro paso o de tener ciertos pensamientos inusuales e incluso diría que violentos - explosivos.
- De conducta, como mecanismo de defensa contra aquello que pretende hacernos daño, que no debería estar relacionada con la agresividad.
Hace dos años y once meses, ella y yo tuvimos un
encuentro memorable. En primera instancia no la reconocí, la confundí con un
enojo más. Me había tocado manejar la
rabia, el resentimiento, el enfado, pero hasta allí. No me permitía más que
eso, so pretexto de no estropear mi energía con malas vibras; sin saber que
estaba logrando justo el efecto contrario por reprimir lo que yo defino ahora
como una “emoción”.
Escribir sobre ella en ese momento, a pesar de que
me lo sugirieron, carecía de un sentido lógico porque necesitaba
entender a qué me enfrentaba y cómo lidiar con este monstruo que obnubilaba mi
razón y mis pensamientos. Pasé por las reacciones antes descritas y tuve fases
con las que muchos podrían identificarse:
- Indignación. Esto no me puede estar pasando. ¿Por qué y para qué estoy pasando por esto? Es injusto. Es inaceptable. No lo comprendo. Ser bueno, no paga.
- Rabia 10°. A la décima potencia es llevar la rabia a otro nivel. Uno en el que no razonas, no entiendes y lejos de victimizarte, vienen pensamientos malucos que si no son controlados, pueden incitar a la violencia, a tomar malas decisiones o que te desquites con los que no han tenido nada que ver. De allí comprendí el por qué ocurren ciertas agresiones físicas y desenlaces fatales. Fue la peor parte y la que más duró. Desagradable hasta los huesos porque enferma en el sentido literal. En mi caso detonó una fibromialgia (no fue el origen, pero sí la gota que derramó la copa). Empaña nuestra energía y sencillamente no se puede disimular de ninguna forma. Uno deambula con una carga invisible que cada día se hace más pesada.
- Cuestionamiento. ¿Hacia dónde voy? ¿Hasta cuándo pretendo estar así? ¿Qué sentido tiene todo esto? ¿Cómo lo freno? ¿Cuándo lo freno? ¿Tiene solución, cuál es? ¿Qué hacer?
- Razonamiento. Hay situaciones que escapan de mi control. Nada es casual, todo es causal. Es mi decisión el cómo voy a actuar ante las circunstancias.
- Aceptación. Cuando acepto, realmente estoy soltando, así que me libero.
- Reacción. Esta fue la parte más aleccionadora porque la protagonista fue mi actitud. Dejé al universo actuar y reenfoqué mi atención en otras cosas: calidad de vida (física y emocional), un nuevo propósito y ser condescendiente conmigo.
La ira nos sumerge en un espacio de aislamiento
emocional tóxico para el cuerpo y dañino para el alma. Sin embargo, bien
manejada nos abre la puerta para resolver conflictos. Nos deja saber cuan vivos
estamos y lo mortales que somos. Nos puede ayudar a subir nuestro nivel de
energía porque a partir de las acciones que tomemos, tenemos la oportunidad de
reinventarnos y ser mejores personas.
No es como el resfriado que se quita en un par de
días. Requiere toda nuestra entereza para permitirle a la mente actuar y
dependiendo del proceso personal de cada quien, hay alternativas para hacerle
frente. En mi caso fue integral porque nuestro encuentro vino acompañado de
otras variables algo más complejas, pero les comparto algunas cosas que me
funcionaron:
- Respiración. Aprender a respirar es un arte porque mejora la oxigenación de los pulmones, el funcionamiento del sistema nervioso central y calma de forma inmediata, entre otros beneficios. Hay cursos buenos y prácticos.
- Yoga. La mente educando y retando al cuerpo.
- Correr. Sobre todo distancias cortas, pero rápidas. Ejercicios en general, ayudan mucho.
- El mar. Por extraño que parezca, en mí tiene un efecto relajante el simple hecho de contemplar el mar y “respirar”. Es una especie de meditación que ayuda a bajar las revoluciones de la mente. No es necesario darse un chapuzón, ni hacer nada que involucre un esfuerzo físico.
- Viajar. Si se hace solo, mejor (esto no le funciona a todo el mundo porque la mayoría prefiere hacerlo acompañado).
Cada quien es diferente y la forma como maneje la
ira, también. A pesar de que escribir es un mecanismo que puede servir para
drenar, no lo hice. Sé que hay otros caminos sencillos y convencionales que
funcionan, como por ejemplo: gritar o la música en general. Bajo un ambiente
controlado o más bien planeado, a algunos les funciona lanzar objetos sobre
alguna superficie plana. Y, llorar también libera.
Con la realidad que vivimos, más acelerada, demandante,
consumista y hasta cierto punto “egoísta”, desde los niños hasta los adultos
estamos expuestos a lidiar con emociones que se pueden convertir en una ventaja
o en un gran dolor de cabeza. Sin tener conocimiento sobre la psique,
comprendo que la ira es una emoción o un estado emocional y no un rasgo de la
personalidad, por ende se puede aprender a manejar. De lo contrario y si se convierten
en una constante, lo mejor es buscar ayuda profesional.
Como seres humanos con defectos y virtudes, y fuera
de lo que cada quien considera como propósito de vida, todos compartimos uno en
común: “amar, perdonar, sanar” y yo añadiría que aprender.
GG